lunes, 14 de julio de 2014

Un refugio en el camino


Eran más de las nueve de la noche y habíamos comenzado a cenar ya con todos los peregrinos que esa noche se quedaban con nosotros en la fuente del peregrino en Ligonde, en pleno camino de Santiago. Las tres familias que acabábamos de comenzar el refugio en Murcia, habíamos decidido ir todos juntos a Galicia para servir cómo voluntarios durante una semana en la casa de Ligonde. Otras veces lo habíamos hecho por separado y esta vez pensamos que sería muy chulo hacerlo juntos.

De repente tocaron a la puerta y aparecieron cuatro hombres extranjeros muy altos, con una especie de turbantes en la cabeza. No tenían un lugar donde quedarse esa noche ni traían mucha cosa que pudiesen llevarse a la boca. Nos estaban pidiendo un sitio donde dormir aunque fuese en el suelo del garaje.

Aunque no teníamos mucho sitio, ni en la mesa ni en los cuartos, decidimos que los acogeríamos con nosotros aquella noche y compartiríamos con ellos lo poco o mucho que tuviésemos. Estaban muy cansados y necesitaban un refugio. Nosotros teníamos uno.

La cena terminó y comenzamos una estupenda conversación, de las mejores que recuerdo en toda mi
vida. Personas de ocho países diferentes, entendiéndose y compartiendo...hablábamos de cosas importantes, otras preocupantes y muchas de ellas apasionantes. Nos reíamos mucho y también un par de veces nos quedamos sin palabras. Algunos de ellos nos compartían que habían comenzado el camino de Santiago para poder encontrar y quizás conocer a ese Dios que estaban buscando mientras andaban.
Coincidir con ellos en el camino y haberles servido esa noche ha sido un momento que recordaremos durante mucho tiempo.

Estéis donde estéis ahora que Dios os acompañe.

martes, 1 de julio de 2014

La casa


Muchas veces hemos contado como al ir la primera vez a Portugal nos encontramos en vivo lo que meses atrás habíamos dibujado en una pizarra, y es cierto, pero no nos dimos cuenta hasta un tiempo después. Hay ocasiones en las que a pesar de que el regalo de Dios es más que evidente, algún tipo de ceguera transitoria nos enturbia la vista hasta que de pronto vemos lo que hace tiempo teníamos ante nuestros ojos.

Poco a poco vamos siendo conscientes del milagro que supone haber encontrado esta casa. Encontrar un lugar en el que puedan habitar tres familias manteniendo una cierta intimidad pero al mismo tiempo compartiendo espacios comunes parece más difícil que la famosa aguja del pajar.

La casa va llenándose de pintura, muebles y vida. Paredes blancas en las que como en un gran lienzo esperamos dibujar una apasionante historia de compañerismo, solidaridad y acción.