jueves, 30 de octubre de 2014

Santiago


Este mes hemos comentado el libro de Santiago. Parece evidente que es diferente a los demás. Ha sido rechazado e ignorado por muchos, acusado de no amoldarse a la teología pura.  Lo cierto es que Santiago tiene la habilidad de convertir en acción conceptos tan etéreos como la fe, la sabiduría o el amor.

Me gusta suponer que el autor de esta carta es efectivamente el hermano de Jesús y en un ejercicio completo de especulación pensar que en este detalle radica su diferenciación, porque entonces Santiago no conoció solo al Jesús que durante tres años predicó, enseñó y sanó a muchos sino que convivió con él desde que nació, observo como le trataba a él, a sus hermanos y a sus padres. Experimentó su amor y su bondad en cada juego, en el trato con los vecinos, en su capacidad para perdonar, en su gozo, su dominio propio... Solo puedo pensar que convivir con Jesús durante cerca de treinta años debe causarte un impacto impresionante y Santiago tuvo ese privilegio.

Santiago nos incomoda y nos reta a convertir la fe en acción, la religión en servicio, la sabiduría en humildad, a dominar nuestra propia lengua y a estar los unos por los otros. El sabía mejor que nadie que todo esto no es parte de un mensaje sino de la vida cotidiana de un verdadero seguidor de Jesús.

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